Nació y creció bajo los reflectores de Hollywood, vivió el lado más descarnado de la industria del cine, sufrió el abandono de su padre y a ratos se vio opacada por el brillo de su famosa y amada madre. Luchó contra los demonios de su cabeza, contra sus adicciones, contra la adversidad en el amor. Carrie Fisher más que una princesa fue una guerrera rebelde.
Por @myianatos y @fpabloray
Carrie fue hija del matrimonio preferido de Estados Unidos, el cantante Eddie Fisher y la actriz Debbie Reynolds, y desde la cuna su destino era ser famosa. “Soy el resultado trágico de cuando dos celebridades se reproducen”, escribió Carrie de manera ácida en su adultez. Sin embargo, las luces de su escenario rápidamente comenzaron a apagarse una a una. Junto a su hermano, fue víctima colateral del escandaloso divorcio de sus padres cuando Eddie abandonó a su familia para casarse con la entonces viuda actriz, Elizabeth Taylor. Con el tiempo, ella y su madre limaron asperezas con Liz, y en 2001 se reunieron en el telefilm “These old broads”, en el que Carrie se ocupó de escribir los libretos.
Resiliente como siempre ha demostrado ser una gran actriz, entró al mundo del espectáculo siendo apenas una niña. Con 15 años debutó en Broadway con la nueva versión del musical “Irene”, protagonizada por su madre, y a los 17 obtuvo su primer papel en la gran pantalla junto a Warren Beatty en “Shampoo” de Hal Ashby, en la que interpreta a la aguda Lorna. Si bien su personaje es pequeño, Fisher demuestra inmediatamente ser una muchacha de carácter fuerte que no sigue los prototipos de la época.
Se inscribió en el Sarah Lawrence College de la ciudad neoyorkina de Yonkers para estudiar Artes pero, de pronto, le llegó la oportunidad que cambió su vida para siempre: el papel de la princesa Leia Organa en “Star Wars”.
La fama la tocó inmediatamente, se había convertido en una heroína del cine de aventuras. Carrie con sus compañeros de reparto, Harrison Ford y Mark Hamill, dejaron el anonimato para ser reconocidos de por vida en los ojos de los personajes que George Lucas les había asignado. Fue su gloria como actriz, pero también su pesadilla, quedo marcada como Leia, encasillada, pero así y todo aprendió a vivir con ese peso, a disfrutarlo, y a reírse de ello.
Tras varios proyectos televisivos, que incluían apariciones en el famoso programa Saturday Night Live, Fisher retoma su papel de Leia en “The Empire Strikes Back”, en cuyo rodaje confiesa haber consumido bastante cocaína. Luego interpretó a una mujer misteriosa en “The Blues Brothers” junto a John Belushi y Dan Aykroyd, de quien se enamorara durante la filmación, quizás por haber salvado su vida con la maniobra Heimlich cuando ella se estaba ahogando con un col de Bruselas. Tras un par de nuevos trabajos en Broadway, regresa al universo de Lucas en “Return of the Jedi”.
Trabaja a la orden de Sidney Lumet en “Garbo Talks”, y participa en el remake de “The Man with One Red Shoe” junto a Tom Hanks. Ese mismo año, tras meses sin probar las droga ni el alcohol, mezcla unos medicamentos que le habían recetado con pastillas para dormir, causando una accidental sobredosis. Más tarde, se puso en la piel de April en “Hannah and her Sisters”, una de las mejores cintas de Woody Allen.
Vuelve a compartir pantalla con Tom Hanks en “The Burbs” y encarna a Marie en la recordada comedia romántica “When Harry Met Sally”, junto a Meg Ryan y Billy Crystal.
Al igual que su personaje de Leia, Fisher tuvo que librar batallas en la vida real debido a su trastorno bipolar y adicción a las drogas, ambos temas fueron recurrentes en su trabajo como escritora. Su primera novela semi autobiográfica, “Postcards From the Edge”, fue llevada al cine por Mike Nichols en 1990, con guión de la propia actriz. Protagonizada por Meryl Streep y Shirley Maclaine, la historia profundiza en la relación insana entre madre e hija, en la sobredosis que la dejó al borde de la muerte, y en el rechazo cada vez más notorio de Hollywood ante su figura poco sexy y adicta.
“Tienes que dejarme volver al cine por la puerta grande. Maldita sea, al fin y al cabo esa maldita ¡soy YO! Mi hija me lo debe, tú me lo debes, ¡Hollywood me lo debe!”, así le gritaba una Debbie Reynolds iracunda al director de “Postcards…” por no darle el rol de la madre en la cinta, según cuenta en alguna de sus memorias Carrie Fisher. Los productores le habían dado el papel a la hermana pelirroja de Warren Beatty. Irónicamente, aquel año la academia nominó a Streep como mejor actriz y no a Shirley MacLaine. Las carcajadas de mamá Reynolds resonaron por las colinas de Hollywood, dejando un bonito mensaje en el contestador de su hija. “Si yo hubiera hecho el papel me habrían dado el Oscar, ¡Seguro! Pero esos imbéciles se lo dieron a la vieja Shirley. ¡Que se pudran! Y púdrete tú, por mal agradecida”.
No cabe duda que echarse las verdades a la cara fue terapéutico para madre e hija, terminaron siendo hasta vecinas, además de llegar al punto en que Debbie termina rindiéndose de la crudeza de la fama y del olvido. “Ahora yo soy la madre de la princesa Leia en cualquier sitio al que voy”, lo explica con sencillez en el documental que grabaron juntas para HBO muy poco antes del fallecimiento de ambas.
En 2015, cuando la actriz retoma el papel más importante de su carrera en “The Force Awakens”, las redes sociales no tardaron en explotar con sus habituales y desagradables insultos. Mucho fan masculino de la trilogía original se sintió decepcionado porque la chica de cinturita de avispa ya no existía. Ahora esa mujer se dedicaba a escribir libros, a hablar en nombre de todos aquellos que padecen enfermedades mentales, a ser una buena madre y a cuidar de sus padres. La actriz podría haber pasado sus días en el gimnasio, viviendo de cigarros y tazas de café, vistiendo a la moda, como una supermodelo, pero, en lugar de eso, tuvo una vida plena, complicada e imperfecta.
Fuera de toda absurda polémica y de la cuestionable calidad de las entregas finales de Star Wars, la presencia de Fisher, Ford y Hamill llenaron la pantalla de nostalgia para nuevos y viejos fans, además de ser un gran comeback para las carreras actorales de los intérpretes de los hermanos Skywalker.
Con 60 años, Carrie estaba lista para retomar a la ahora General Organa en el episodio IX, también estaba promocionando su reciente libro “The Princess Diarist”, pero la muerte la alcanza de manera inesperada, golpeando a todo su círculo cercano, colegas y fanáticos.
Solamente un día después de que el mundo despidiera con tristeza a Carrie Fisher, su madre, la gran Debbie Reynolds, aquella estrella de sonrisa angelical a la que culpaba de su desorden emocional, su bipolaridad, sus adicciones, y por supuesto de su éxito, moría también, como si de una siniestra tragedia griega se tratase. Una suerte de coincidencia lamentable, o quizás el reflejo de la dependencia que había entre ellas, una relación turbulenta, melodramática, cariñosa, competitiva y hasta cómica.
Carrie Fisher era un verdadero y versátil talento, quizás de cierta manera desperdiciado por Hollywood y también por ella misma. Una mujer que no renegaba de nada, que sabía muy bien quién era y de dónde venía, que vestía según su gusto, que se paraba ante la vida a su manera. Tenía un gran carisma, era deslenguada, divertida, espontánea, era una princesa, pero no de esas de cuentos de hadas, sino de las valientes, de las originales, de las que no necesitan ser rescatadas.
