Cuando me senté a hablar con Ed Kellie, sabía que me esperaba una conversación difícil: no sólo por la naturaleza del caso que todos conocemos, sino porque cada palabra en torno a la desaparición de Madeleine McCann parece pesar más de lo habitual. Ed habla despacio, midiendo los términos; su voz transmite la mezcla de distancia profesional y el cansancio humano de quien ha navegado por un laberinto informativo durante años. Antes de entrar en detalles, me queda claro algo: este documental no busca sensacionalismo, sino abrir otra puerta en un expediente que se ha ido construyendo —y deshilachando— frente al mundo.
Le pregunto por el origen del proyecto. “Lo que nos llamó la atención —me dice— fue cómo alguien podía ser señalado públicamente como sospechoso sin que existiera, al principio, una acusación formal”. Esa anomalía procesal fue el pivote: ¿qué existe detrás de la decisión de nombrarlo públicamente? ¿qué pruebas o presunciones justifican esa etiqueta sin un proceso que la confirme? Para Kellie, ahí había una historia con valor propio. No se trataba de apuntar con el dedo, sino de entender los engranajes institucionales que transforman una sospecha en un foco mediático global.
Sintonía en la producción
El director del documental es Simon Rawles, y la sintonía entre creador y realizador se nota en la manera en que Kellie habla de la producción. “Simon tiene una claridad para contar y para no confundir emoción con prueba”, me comenta. Esa conjunción, según Ed, permitió que el equipo trabajara con prudencia: mostrar lo que había —material inédito, documentos, testimonios— sin convertir cada hallazgo en una conclusión apresurada.
Hablamos del acceso a ese material inédito. “Fue clave”, admite. “Encontramos archivos, conversaciones, piezas que no se habían mostrado públicamente y que arrojaron luz sobre ciertos patrones”. Pero Kellie insiste en la cautela: encontrar documentación no significa que todo lo que aparece sea una prueba concluyente. “La policía puede referir que halló X o Y. Nosotros podemos contarlo, contrastarlo y someterlo a interpretación, pero no podemos sustituir al sistema judicial”. Esa diferencia entre relatar y sentenciar es el hilo ético que más le interesa preservar.
Expediente Público
La relación con las autoridades fue desigual: “Las alemanas fueron, sorprendentemente, colaborativas; las portuguesas, menos accesibles; y las británicas, en varios casos, bastante esquivas”. Me explica un ejemplo: pidieron a las autoridades del Reino Unido la confirmación sobre una fotografía tomada en un control de carretera en Villa de Bispo, cerca de la fecha de la desaparición; la respuesta nunca llegó. Ese silencio, me dice, duele: no por la producción, sino por la investigación misma, que queda con huecos que nadie rellena. “Cuando las instituciones no responden, se pierde la oportunidad de aclarar cosas que, en realidad, pertenecen al expediente público”.
Le pregunto por la decisión editorial de focalizarse en Christian Brueckner, una elección que a primera vista podría parecer reductora dentro de un caso con tantas líneas abiertas. Ed responde con una honestidad cortante: “Podríamos haber hecho una enciclopedia de sospechosos, pero hubiéramos perdido profundidad. Nuestro objetivo fue entender por qué, en los papeles, él aparece repetidamente como figura central”. Esa repetición en documentos y procedimientos, añade, no es un dato neutro: es una pista sobre cómo funcionan las investigaciones y la visibilidad de ciertos nombres en el flujo mediático.
DISCUSIÓN Moral
Esa visibilidad temeraria plantea, inevitablemente, una discusión moral: ¿qué hace el periodismo cuando un individuo aparece señalado ante la opinión pública sin cargos firmes? Kellie no esquiva la cuestión: “Es peligroso —me dice—. Existe el daño reputacional, la posibilidad de cerrar otras líneas de investigación y el riesgo de convertir a una persona en un blanco permanente sin que el sistema judicial lo corrobore”. Para él, una tarea del documental fue poner sobre la mesa esa tensión: mostrar por qué la investigación se concentró donde lo hizo y, al mismo tiempo, dejar claro que centrar la atención no equivale a dictar culpabilidad.
Durante la conversación aflora algo que puede pasar desapercibido en la pantalla: el desgaste emocional. “Hay noches en las que revisar chats, condenas previas o testimonios te pesa”, confiesa. “No porque lo que veas te convenza de culpa, sino porque te recuerda la dimensión humana del caso: la familia, la ausencia, la espera”. Es una declaración que humaniza la pieza: detrás de la búsqueda de pistas hay personas que no han cerrado un duelo y periodistas que buscan, con límites, aportar claridad.
Mucha responsabilidad
Me interesa saber si encontraron pistas que, por razones legales o éticas, decidieron no incluir. Kellie asiente: “Sí. Hubo líneas que no salieron al aire. Algunas por falta de corroboración, otras porque su publicación podía dañar procesos en curso o exponer a gente inocente”. Esa prudencia, me dice, no es timidez; es responsabilidad. En ese sentido, el documental busca generar preguntas más que ofrecer una sentencia final. “Queríamos aportar material que vuelva a poner el caso en la agenda —no para reabrir heridas gratuitamente— sino para que la investigación siga viva”.
La pieza, producida con el respaldo de Blue Ant Studios y distribuida por Universal+, ofrece un balance entre cronología y análisis: reconstruye fechas, movimientos y hallazgos, pero también interroga la maquinaria mediática y policial que sostuvo el caso durante años. Le pregunto por su mayor sorpresa en la investigación. “Que ciertos documentos y testimonios que parecían marginales, al agruparse, creaban un patrón interesante. No es lo mismo una pista aislada que muchas señales apuntando en una dirección”, responde.
Reflexión final
Antes de despedirme le pido una reflexión final sobre el impacto que espera del documental. Kellie se muestra pragmático: “Si sirve para que alguien en una oficina revise algo con otros ojos, ya habrá valido la pena. Si reaviva una pista o hace que se mire un archivo con atención, entonces cumplimos un objetivo.” Y, con la franqueza de quien conoce los límites de lo posible, añade: “No prometemos respuestas definitivas. Lo que podemos ofrecer es un análisis riguroso y nuevo material que otros puedan revisar”.
Salgo de la entrevista con la sensación de haber presenciado a un equipo que eligió el rigor sobre la urgencia. Madeleine McCann: The Prime Suspect (Madeleine McCann: The Case Against Christian B) no llega con la arrogancia de dar por zanjado un misterio —llega con la modestia del que aporta piezas a un rompecabezas todavía incompleto. La serie, que se estrena el 25 de septiembre en Universal+, plantea en voz alta una cuestión incómoda y necesaria: ¿cómo queremos que funcionen la prensa y la justicia cuando se enfrentan a casos que generan tanto ruido? Kellie, en su respuesta, me recuerda que el valor del periodismo documental no siempre está en cerrar la historia, sino en mantenerla presente y bien documentada.