Tres mujeres de distintas generaciones comparten una enorme y tradicional casa en un barrio residencial de Ñuñoa. La abuela, Emilia, es vivaz y frontal y aunque empieza a mostrar los primeros signos de un probable Alzheimer, siempre anda animada y activa, ya sea canturreando fragmentos de la ópera Carmen, pintando o incluso fumando marihuana a escondidas. Su hija, Mónica, es más pragmática, seria y habitualmente le anda llamando la atención tanto a su propia madre como a su hija, Leo, una joven inquieta pero comprensiva y que de cierta manera intenta equilibrar la armonía entre su madre y su abuela.
Este trío protagónico lleva sobre sus hombros el relato de “Las mujeres de mi casa”, ópera prima escrita y dirigida por Valentina Reyes como largometraje de egreso de 2019 en la carrera de Cine de la Universidad del Desarrollo, que al año siguiente se estrenó en la Competencia de Cine Chileno de SANFIC -realizado online por la pandemia-, donde fue premiada como Mejor Película, iniciando un recorrido por otros festivales locales. Ahora se puede ver en la cartelera, tanto en algunos multicines como en salas independientes.
Una historia con perspectiva femenina
Lo femenino está muy presente en esta propuesta, tanto al estar escrita y dirigida por una realizadora, como al contar sólo con estas tres protagonistas, quienes interactúan ocasionalmente con algunas amigas y cuando les toca circunstancialmente hablar o contactar con algún personaje masculino, no les vemos la cara y sólo oímos las voces o los vemos moverse.
«Nos estamos quedando sin hombres… por un lado, mejor», comenta Rosa, amiga de Emilia, al inicio de la película, cuando se han reunido para celebrar el cumpleaños de ésta. Leo tiene una especial complicidad con su «lela», aunque de todos modos tiene diferencias de opinión con ella y con su madre, quien le cuenta que a ella la criaron de manera muy relajada, lo que contrasta con su habitual forma de ser ya adulta, más restrictiva y contenida. Aunque de a poco el espectador se dará cuenta que algo la inquieta: como descubrirá Leo al oír casualmente algunas conversaciones, Mónica ha decidido vender la antigua casa, lo que por supuesto generará complicaciones y conflictos en la relación que las tres sostienen.
Conexión con la realidad actual
Con un tono muy íntimo y sencillo, buena parte de la trama se desarrolla en esa locación, tanto en el interior de la casa como en el jardín y los alrededores; pero no se siente como algo claustrofóbico porque las tres mujeres se mueven y están siempre haciendo algo, o conversando entre ellas. Además, no viven encerradas en su mundo, porque están conectadas con la realidad, una cotidianeidad que se está modificando y dando paso a cambios no sólo en sus vidas, sino en el país: en el exterior a ratos se oyen cacerolazos y ruidos de marchas, o el paso de un helicóptero, y con la ayuda de su madre y abuela Leo prepara su pintura en el cuerpo para salir a la marcha feminista, mientras reflexionan sobre las diferencias entre cómo era antes la realidad para las mujeres, y cómo es ahora, algo que sintoniza muy bien con los tiempos actuales.
Todo esto, en medio de un sector tan tradicional como Ñuñoa -en un momento se oye el típico y reconocible llamado de un afilador de cuchillos que recorre la calle-, pero que a la vez ha sufrido tantas modificaciones en los últimos años por la expansión inmobiliaria, algo que se da a entender no sólo con la próxima venta de la casa, sino además porque a ratos se divisan las grúas y se da a entender que la fisonomía del sector también está cambiando con la construcción de nuevos edificios, lo que además funciona como metáfora del paso del tiempo, lo que se refleja en el personaje de Emilia.
Un meritorio egreso
Desde inicios de la década pasada, la carrera de Cine de la Universidad del Desarrollo ha dado origen a 12 largometrajes de egreso, entre ellos algunos que han tenido premios internacionales o buena figuración en festivales, como “La chupilca del diablo”, “La madre del cordero”, “Siete semanas” y muy especialmente “Volantín cortao” y el documental “Nidal”. “Las mujeres de mi casa” no tiene exceso de pretensiones, porque es una propuesta a pequeña escala, sensible y en tono menor, que se concentra en las relaciones entre sus personajes y cómo representan a distintas formas de ser de lo femenino y a generaciones diversas, pero pese a las diferencias que las podrían separar, hay lazos más fuertes que eso.
Si bien en el último tercio el ritmo es un poco más irregular, la resolución va perdiendo algo de fuerza y la forma de contar la historia o separar las escenas por momentos se siente un poco fragmentada o con una fluidez intermitente. De todos modos, el largometraje es efectivo y es probable que por las temáticas que aborda, identifique o refleje lo que han vivido o viven distintas personas entre el público que lo vea. Con el apoyo de los breves y a menudo tenues fragmentos musicales compuestos por Álvaro Matus, el resultado se siente cálido e incluso emotivo, en especial gracias a las actuaciones de sus protagonistas, donde destaca particularmente el talento de Grimanesa Jiménez y Trinidad González, ambas de reconocida trayectoria y a las que nos gustaría ver más a menudo en cine, y que logran tener buena química y naturalidad al interactuar con la debutante Bernardita Nassar. “Las mujeres de mi casa” podría ser un drama sombrío, severo y desolador, pero en la manera en que se plantea y desarrolla, consigue transmitir una cierta sensación de esperanza que reconforta y va más allá de la tristeza.
Título Original: Las mujeres de mi casa
Directora: Valentina Reyes Villarroel
País: Chile
Año: 2020
Género: Drama
Duración: 75 minutos
Guión: Valentina Reyes Villarroel
Con: Bernardita Nassar, Trinidad González, Grimanesa Jiménez, Ericka Zeiss, Magdalena Molina, Soraya Saúd
Música: Álvaro Matus
Producción: Consuelo González, Jorge Molina
Fecha De Estreno: 4 de agosto
Distribuidora: Storyboard Media