Placer Culpable

Jun 4, 2021

Sergio Larraín: El Instante Eterno

Retratar en una sola película, a lo largo de menos de una hora y media, la vida y obra de un personaje fascinante y complejo, es siempre un gran desafío y más aún si se trata de un artista al que la gente probablemente conoce por sobre todo a través de su legado creativo, más que por los aspectos personales de su existencia. En el ámbito de los documentales chilenos, en los últimos años hemos visto ejemplos en los que el resultado ha dejado con gusto a poco o no ha estado a la altura de lo esperado como personalmente me ocurrió con la elogiada y premiada “Lemebel”(2019), de Joanna Reposi. Pero también han surgido sólidos y valiosos largometrajes, como “Jaar: el lamento de las imágenes” (2017), de Paula Rodríguez y “Zurita, verás no ver” (2018), de Alejandra Carmona Cannobbio.

En los dos últimos ejemplos mencionados, no se trataba de abarcar por completo todos los aspectos de las vidas de las figuras retratadas, pero sí funcionaban muy bien como un intento de ir más allá de la superficie y profundizar no sólo en el artista o escritor, sino además en la persona. Y se agradecía que a diferencia de lo que a menudo ocurre con los documentales de perfil biográfico, no se pontificaba ni se dibujaba al personaje como un santo o un hombre perfecto.

Afortunadamente es en estos terrenos donde también se mueve “Sergio Larraín: El instante eterno”, documental dirigido por Sebastián Moreno que en estos días tiene su estreno online, con funciones en Punto Play de Puntoticket. Su título adelanta que se centrará en el prestigioso fotógrafo chileno de fama mundial, nacido en 1931 y fallecido hace ya casi una década, quien llegó a ser no sólo el único de nuestro país en integrar la célebre agencia Magnum, sino además el primer latinoamericano. Sin embargo, finalizó sus días en el norte de Chile, viviendo por decisión propia de manera austera y prácticamente ermitaña y anónima, retirado de la fotografía y sumergido en una profunda espiritualidad. 

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Voces de expertos y cercanos

Es imposible que el espectador no quede cautivado con el notable material de archivo que utiliza la película, con decenas de bellas y fascinantes fotos del artista y fragmentos de videos familiares que se entremezclan con los reveladores testimonios de una veintena de personas que accedieron a recordar al fotógrafo o dar su impresión sobre él. Todo se inicia en el MoMA de Nueva York, con Sarah Meister, la curadora de fotografía del museo, quien muestra a la cámara impresiones de fotos de Larraín y será una de las expertas en esta área que aportarán sus opiniones y contextualizarán la relevancia y trascendencia del legado de Larraín, como también Agnes Sire, directora artística de la Fundación Henri Cartier Bresson, o Enrico Mochi, director de digitalización de Magnum París. entre otros.

Pero a pesar del buen complemento que ofrecen estas opiniones para dimensionar por qué Larraín llegó a ser tan considerado internacionalmente -basta con unos segundos en los que la cámara nos muestra un archivo con trabajos suyos, que en la agencia Magnum está a la par con leyendas del rubro como Cartier-Bresson y Robert Capa- y que a la vez puede servir de contexto para quienes no sean tan entendidos en la disciplina fotográfica, lo que probablemente puede calar más hondo son los testimonios de quienes fueron más cercanos al artista, especialmente por lazos familiares: sus hermanas Luz y Bárbara, su sobrino Sebastián Donoso, y en particular sus hijos de distintas relaciones, Gregoria y Juan José.  

Afirmaciones que sugieren su cambiante estado anímico, como cuando se dice que «dañaba a quienes lo querían», o que «estaba en guerra consigo mismo»; y que era «un poquito temperamental» nos confirman que este retrato del artista trata de mostrarnos todas sus facetas, tanto las luces como las sombras, incluyendo los claroscuros. Con sutileza y matices, “Sergio Larraín: El instante eterno” aborda incluso los temas más delicados de su vida personal, sus decisiones de vida y sus lazos familiares, con sobriedad y esquivando caer en cualquier asomo de sensacionalismo. 

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Emblemáticas fotografías, insondable personalidad

Mientras el recorrido se desplaza desde archivos en Nueva York y París hasta las calles de Caltanissetta en Sicilia, y luego hasta la casa en la que Larraín pasó sus últimos días en su autoexilio en la localidad de Tulahuén en la región de Coquimbo, los espectadores iremos conociendo los entretelones u orígenes de algunas de las imágenes más emblemáticas de su carrera: en Chile, desde las fotos de los niños que vivían en la calle, abajo de los puentes, en los años 50, hasta las célebres postales bohemias y nocturnas del ya desaparecido burdel La casa de los 7 espejos -muy adecuadamente musicalizadas al ritmo del tradicional «Chipi Chipi»-, o las que retrataron a Violeta Parra en sus salidas de recopilación de canciones campesinas. Y en otras latitudes, desde las estrellas glamorosas o el matrimonio del Sha de Irán, hasta el recordado reportaje gráfico que en 1960 le encargó Magnum sobre la mafia en Sicilia, en el que haciéndose pasar por turista se ganó la confianza de uno de los capos más buscados en la isla.

Pero es el misterio insondable y casi arcano de la personalidad de este hombre tremendamente talentoso, y a la vez tímido y reservado, el que nos cautiva e incluso conmueve en este recorrido documental al mismo tiempo que apreciamos la belleza y sello personal de sus fotos. La forma de ser de «Queco», como le decían sus más cercanos, sólo la podremos ir entendiendo a partir de retazos, de recuerdos que se van entrelazando. Mientras el historiador Gonzalo Leiva afirma que su gran tema era sentirse de cierta manera «abandonado, un poco huérfano de su familia», o se dirá que se sentía «disminuido al lado de su papá», una de las hermanas nos revelará una carta de juventud que ella no supo comprender en su momento y que ahora le da pena. La muerte del hermano menor, la madre que no expresaba lo que sentía, la complejidad de las relaciones con sus parejas y cómo se conectaba con sus hijos, serán parte de este perfil que se va desplegando en la película.

Y cómo esa personalidad fue chocando a lo largo del tiempo con la posibilidad de continuar expresándose a través de la fotografía, es algo que podemos intuir, ya sea por lo que cuenta su familia como por lo que expresan los colegas que lo conocieron, como el veterano Josef Koudelca de la agencia Magnum, quien en un momento afirma que «no explotó su potencial, es una tristeza para nosotros». Y muy especialmente su amigo y uno de los grandes maestros aún vigentes de la fotografía chilena, Luis Poirot, quien así como se arrepiente de no haberle tomado más fotos a Larraín, explica cómo la forma de ser de Larraín y lo que buscaba a través de su fotografía no pudo ser compatible con lo que Magnum quería de él: «Queco no es un periodista, no es un reportero, no es un paparazzi. Es un poeta», dice, y posteriormente se lamentará con cierta tristeza de una de las últimas veces que se vieron, cuando Larraín le dijo «La fotografía no sirve para nada. No cambia al mundo».

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Sensibilidad y capacidad de observación

En su primer largometraje, “La ciudad de los fotógrafos” -el que a mi juicio es uno de los mejores y más emotivos documentales chilenos de las últimas décadas-, de 2007, Sebastián Moreno ya demostró tanto una gran sensibilidad y capacidad de observación, como además el talento para abordar temáticas complejas que entremezclan lo público y lo privado, mientras al mismo tiempo las fotografías son determinantes, como ocurre en este nuevo estreno. Posteriormente, entre otros trabajos suyos, han destacado algunos necesarios ejercicios de visibilización histórica en el marco de la dictadura, como la labor de la Vicaría de la Solidaridad, en “Habeas corpus” (2015), codirigido junto a Claudia Barril y cuyo resultado aunque interesante no era totalmente efectivo, y el retrato del hijo de una de las víctimas en el doloroso «caso degollados», en “Guerrero” (2017).

En todos esos filmes previos ha sido crucial el trabajo en el guion en conjunto con Barril, por la forma en que estructuran el relato y despliegan los distintos temas. En “Sergio Larraín: El instante eterno” hay un especial cuidado en los matices, en abordarlos con delicadeza y equilibrio,  pero también con buen manejo del tiempo, algo en lo que ayuda mucho el montaje, a cargo del propio director. Además, la siempre notable y experimentada dupla de Miranda y Tobar (Machuca, Nostalgia de la luz, Mala junta) vuelven a destacar en la banda sonora, uno de sus trabajos más logrados en sus casi tres décadas de trayectoria fílmica, con una composición que es clave en el tono por momentos poético, melancólico y hasta tenso que va desarrollando el documental. En lo visual y lo sonoro, en lo narrativo y por sobre todo en el espíritu, este largometraje es un hermoso y sincero homenaje a ese hombre y artista que a pesar de su origen de alcurnia «renegaba de la frivolidad, del dinero, de la pomposidad». Y «siempre hablaba del instante mágico», o de ese instante eterno al que alude el título, mientras como se dice en un momento, al capturar las imágenes con su cámara, estaba «fotografiando su propia soledad».

Título Original: Sergio Larraín: El instante eterno
Director: Sebastián Moreno Mardones
País: Chile
Año: 2021
Género: Documental biográfico, Fotografía
Duración: 84 minutos
Guión: Claudia Barril, Sebastián Moreno Mardones
Música: Miranda y Tobar
Producción: Claudia Barril, Sebastián Moreno Mardones
Fecha De Estreno: Funciones online 4, 5 y 6 de junio
Distribuidora/Plataforma: Market Chile / Punto Play de Puntoticket

Joel Poblete Morales

Periodista y crítico de cine, ex presidente del Círculo de Críticos de Arte de Chile. Como miembro de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica, FIPRESCI, integró jurados de la crítica en festivales de Alemania, España, Suiza y México. Entre 2007 y este año fue uno de los programadores del festival de cine SANFIC. Periodo 2020 - 2023.

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